Tras su fusilamiento a manos del franquismo, el 18 de agosto de 1936 en Granada, La casa de Bernarda Alba se situó no sólo como la obra máxima de Federico García Lorca. Con este drama en el que unos personajes y un espacio se encadenan con suprema maestría a una pasión estéril –el amor no conseguido– cuya liberación sacrificial es la muerte, el poeta granadino llegó a una cumbre similar a la alcanzada por las más grandes creaciones del teatro clásico y contemporáneo. Una tragedia en la que la tiranía de unas normas sociales opresoras, encarnadas en Bernarda Alba, sofocan de forma implacable el deseo y el ansia de libertad.